Las chicas del cable

Las «Chicas del Cable» que no engancha

Una vez más se ha vuelto a cumplir la teoría de que una gran campaña mediática no asegura la calidad del producto que venden. Ya ocurrió con el acoso promocional de películas como Regresión, de Amenábar y Un monstruo viene a verme, de Bayona. Se elevan las expectativas del público con spots promocionales y apariciones televisivas muy vistosas para promocionar una producción audiovisual que al final deja indiferente. Algo similar ha ocurrido con Las chicas del cable, una serie con una intención positiva de ser reivindicativa pero que finalmente no logra ser un imprescindible en el mundo seriéfilo.

Las chicas del cable es la primera serie producida por Netflix en España que se ha estrenado de forma simultánea en más de 190 países. Bajo el sello de Bambú Producciones, la serie cuenta la historia de cuatro mujeres que comienzan a trabajar en la primera compañía telefónica de España en 1928. Alba (Blanca Suárez), Ángeles (Maggie Civantos), Marga (Nadia de Santiago) y Carlota (Ana Fernández) tendrán que enfrentarse a una sociedad dominada por los hombres con el objetivo de buscar su libertad y realización personal.

Sin duda alguna, el alto nivel de su producción y la interpretación de sus actrices son sus puntos fuertes. La calidad de la caracterización y vestuario, la recreación de escenarios de la época o la cuidada iluminación son las señas de identidad a las que Bambú Producciones tiene acostumbrada a la audiencia. Si a esto añadimos una dramática historia de amor, la productora es capaz de ganarse a la audiencia, como ya ocurrió con Velvet y Gran Hotel.

Por otra parte, entre las actrices destacan sobre todo Maggie Civantos  y Ana Polvorosa, irreconocibles al adaptarse a dos papeles tan diferentes. Civantos interpreta a Ángeles, una mujer a la que su marido maltrata y obliga a elegir entre su familia o el trabajo. Polvorosa da vida a Sara, la firme y profesional supervisora de las telefonistas que oculta una cara mucho más liberal que no quiere mostrar a los demás. Blanca Suárez resulta un retroceso en la serie. A pesar de ser la protagonista, su interpretación resulta plana y sin apenas una evolución visible, además de contar con una voz en off como hilo conductor de la trama de la que se podría prescindir si el guión cerrase todos los interrogantes que va dejando en cada capítulo.

¿Y qué decir de ese intento fracasado de utilizar canciones actuales a lo Gran Gatsby? En la película de Luhrmann, las rimas de Jay-Z encajaban a la perfección con la escena. En Las chicas del cable, el último tema de las Sweet California provoca, cuanto menos, confusión y risa.

Las Chicas del cable
Fuente: S Moda

Entre lo mejor y lo peor de la serie está el protagonismo de las mujeres. Si bien Las chicas del cable resulta una propuesta interesante por centrar la trama en cuatro mujeres, no pasaría el test de Bechdel. Para cumplir esta prueba las protagonistas deben ser más de dos mujeres, comunicarse entre sí y que sus conversaciones traten de algo más que hombres. Y esto no ocurre siempre en la serie. Porque sí, las protagonistas hablan entre ellas, pero la totalidad de las conversaciones giran en torno a la relación amorosa con un hombre, que es a lo que se reduce cada capítulo. Tampoco ayuda que haya personajes femeninos que busquen el enfrentamiento con otras protagonistas, como es el caso de la secretaría de Francisco o su mujer.

Aun así, en la serie se ponen sobre la mesa temas tabús en la época como el maltrato, los prejuicios machistas, la libertad sexual e incluso el panorama político de la época. Tanto para bien como para mal, Las chicas del cable es una serie recomendable para disfrutar visualmente y abrir nuevos temas de debate sobre la figura de la mujer del ayer, del hoy y del mañana.

 


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